sábado, 8 de mayo de 2021

Alameda Central

Antropófagos fallidos de un Central Park del tercer mundo vacíos, frágiles como la bolsa plástica del supermercado, sin sueños y sin VIH en esta tarde malandra.
Ángeles asexuados que contemplan el ir y venir

mientras la lisonjera voz chillona de una jota se desdobla cual acordeón en los cumplidos:

“¡Ay qué guapaaa... tú cada vez más acuerpada!”

Ellos, los que no encontraron salvación en la poesía, las llamadas veteranas, lo mismo les da cuidar, maternalmente estériles, de los sobrinos que arrojarse al vacío de esta ciudad estúpida que los suprime de su historia sodomita.

Adiós a Luis Antonio de Villena, a Luis Cernuda y a Jaime Gil de Biedma,
adiós al sangrante Federico abrazado a un olivo;
qué arda todo en el fuego eterno del amor apestado, qué arda Salvador, Elías, Carlos...

“Coatlicue serpentada, baja a los infiernos y llévame contigo
que retumben en mi cuerpo las voces de los muertos.
Vamos juntos al mercado de Tlatelolco, compremos el maíz más fálico y dejemos que su olor se impregne en todos los que llevamos el signo
del Xochihua. Llama a Itzli y a sus cuchillos de piedra, come de mí,
de mi cuerpo que es tu cuerpo, bebe de mi saliva que es el agua dulce de la gran Tenochtitlan antes de la atroz hemorragia de Tonantzin
y luego arroja mis huesos al cosmos, donde no hay principio ni fin.”

Y así, esas locas, viejas caras de niño, vieron que su nombre no estaba en el libro de la maricona vida.